lunes, 8 de febrero de 2016

Una hoguera para el recuerdo

Mi hermano Calín, gran conocedor de la reciente historia coruñesa, me hizo llegar, el otro día, una breve reseña aparecida en la Hoja del Lunes correspondiente al 24 de junio de 1963; el suelto, bajo el título "Las Hogueras de la noche de San Juan", dejaba breve constancia de la celebración de la noche solsticial en nuestra ciudad y en ella se destacaba "... la "falla" que en la Plaza de Portugal quemaron varios grupos de jóvenes de aquellos contornos...".

Poco más decía aquella breve nota de prensa salvo que todavía en las zonas periféricas de La Coruña seguía conservándose la tradición con la quema de grandes lumeradas que atrajeron la atención de unos y otros. Estábamos, pues, en los últimos estertores de la celebración sanjuanera otrora de gran tradición y arraigo en nuestra ciudad que llegaría a su punto de mayor depresión en la mitad de la década de los 60 cuando, por motivo de las sucesivas prohibiciones municipales y por el asfaltado de una buena parte de las calles, la mayoría de las hogueras dejarían de quemarse.
La plaza de Portugal a principios de los 70


Como muestra de lo antedicho sirva comentar que entre 1964 y 1966 la mayor parte de las lumeradas que se plantaban en las calles aledañas a Fernando Macías pasaron a ser historia, dejando un vacío que tan solo tratamos de paliar los chiquillos de esa calle que, por aquel entonces, quemábamos una pequeña hoguera en la parte ancha de Paseo de Ronda, a los pies de la antiestética Torre Coruña.

Dicho todo lo que antecede, surge, pues, preguntarse ¿a que falla se refiere la Hoja del Lunes de aquel lejano 24 de junio? 

Pues bien, sin ningún género de dudas, hace referencia a la que quemaba, cada año, la chiquillería de la plaza de Portugal y Avenida de Calvo Sotelo, frente al Colegio de la Compañía de María; el mismo lugar que tan solo ocho años después, en 1971, sería testigo del inicio del gran resurgir de la Noite da Queima con la quema de nuestra Hoguera, encendida por la II Meiga Mayor.

Por los recuerdos que todavía mantengo frescos en mi memoria, aquella "falla" que menciona el desparecido semanal coruñés, debió ser la última construida y quemada por aquel grupo de chavales que, con su desbordante imaginación y mejor hacer, sirvieron de paradigma para muchos que, como nosotros, crecimos admirados por el mágico encanto de la noche de San Juan.

Aquella hoguera fue, un poco, como la traca final de una tradición consolidada en aquella zona que había permitido a los vecinos vivir de forma intensa la noche de los grandes aconteceres y de la que yo mismo fui testigo al menos en sus dos últimas ediciones.

Como he referido en alguna ocasión, el hecho de que mi abuela materna residiese en la Avenida de Rubine hizo que mis primeros pasos y mi bautismo en el arte de la piromanía sanjuanera lo tuviese en aquella hoguera que los niños de aquella calle quemaban cada año, hasta 1961, en la explanada anterior a la Casa de Baños de los Dorrego, situada en el inicio del entonces llamado Andén de Riazor, frente a la entrada a la calle del Comandante Barja - ahora alguien, con muy poco criterio salvo el revanchista, la ha rebautizado pero para los crecimos en la zona siempre conservará el nombre de tan bizarro militar -; aquella circunstancia me impidió conocer de primera mano los deliciosos trabajos, plenos de imaginación, creados por aquellos amigos de la vecina Plaza de Portugal que, anualmente, por todo lo alto, celebraban la noche más corta del año.

Algunas de las marcas de licores destiladas con el mortal metílico


Y digo bien, ya que tan solo en 1962 y en 1963, cuando ya la hoguera de Rubine había pasado a la historia, siendo reemplazada por la incipiente de Fernando Macías, fui testigo de aquel derroche de imaginación y buen gusto que adquiría protagonismo de excepción en la noche de San Juan, entre fuegos de aire, ruletas de fuego y hogueras convertidas en fallas de fabricación casera, en nuestra querida plaza de Portugal.

Si en otra ocasión hablé con admiración de la hoguera quemada por los chiquillos de tan señera plaza en 1962, convertida en homenaje casi póstumo al último tranvía - aquella línea 3 que circulaba entre Plaza de Mina y Peruleiro y que dejó de funcionar en julio de aquel mismo año -, la de 1963 fue, si cabe, mucho más espectacular, conservando de ella un recuerdo indeleble.

Supongo que entre aquella pandilla de buenos hacedores debía ser norma al plantearse el tema central de su hoguera el aludir, con mayor o menor fortuna, a los hechos más relevantes vividos en la ciudad a lo largo del año en curso, de ahí que en 1962 quisiesen quemar en efigie al viejo tranvía tan solo unos días antes de que rindiese su postrer viaje.

De esta suerte, aquel 1963, debieron volver la vista a un gran escándalo que provocó ríos de tinta en toda la prensa nacional y que se cobró nada menos que 51 víctimas mortales, de las que se tenga manifiesta constancia, de entre ellas 7 en nuestra ciudad y comarca. Nos referimos, cómo no, al llamado "escándalo del alcohol metílico" por ser, este producto no apto para el consumo humano pero mucho más barato que el etílico, el utilizado por determinados empresarios desaprensivos para la destilación de licores, aguardientes y vinagres cuya ingestión provocaba la muerte, entre grandes dolores, de los consumidores y cuando no fatídicas secuelas de imposible curación.

Sea como fuere, hete aquí que los chiquillos de la plaza de Portugal y Avenida de Calvo Sotelo, imagino que reunidos en cónclave, decidieron que su hoguera de aquel año tuviese como tema central tan mortal asunto.

Desconozco como se gestó la idea, ni tan siquiera sé a ciencia cierta quién o quiénes fueron sus hacedores, lo que sí recuerdo, al menos eso me dijeron, que uno de sus artífices fue Vilas, un mozalbete, mayor que nosotros, que vivía en Fernando Macías, en el portal de enfrente de mi casa y a quien conocía por motivos de vecindad.

Fuera él su único realizador o fuera fruto del trabajo de toda su pandilla, los cierto es que aquella noche de San Juan, después de quemar nuestra modesta hoguera, nos acercamos a Calvo Sotelo para ser testigos, en primera persona, de aquel derroche de imaginación de nuestros vecinos, capaz de ponernos a todos los dientes largos de sana envidia.

El viejo "3" entrando en la Avda. de Rubine tras rebasar el Andén de Riazor
La hoguera consistía en una especie de gran cajón de madera, de elevada altura y sobre él se escenificaba, con notable éxito, el despacho de un profesor, vestido con toga y birrete, que sentando tras una gran mesa entregaba a un alumno, impolutamente vestido y situado de pie frente a él, las notas finales del curso representadas por una especie de pergamino enrollado en cuyo exterior, con letras gruesas y fácilmente legibles, se leía la palabra "suspenso". Por su parte, el alumno que educadamente recogía con una mano tan "exitoso" resultado final, ocultaba tras la espalda, sujeta con la otra mano, una botella, con la que "agradecer" a su maestro los favores obtenidos, en cuya etiqueta podía leerse la expresión "metílico" bajo una blanca calavera sobre sendas tibias cruzadas. Todo un derroche de imaginación, como se ha dicho, por parte de aquellos jóvenes que tanto hicieron también por la noche de San Juan coruñesa.

Fue una noche de San Juan para el recuerdo. Tras la quema de nuestra segunda hoguera y la elevación de nuestro modesto globo de papel, concurrimos juntos, de la mano de nuestros padres, a ver como en la vecina plaza de Portugal se lanzaba a los aires toda una suerte de artefactos pirotécnicos y se quemaba, entre el jolgorio del respetable, aquella gran hoguera que ponía fin a toda una época y que servía, además de para bajar el telón de la celebración sanjuanera en aquella zona, para atizar más el imaginario fuego de nuestra vocación hogueril.

 
José Eugenio Fernández Barallobre.