domingo, 21 de febrero de 2016

"Coruña de ayer". El Carnaval de nuestra juventud

El Carnaval, extraño y misterioso, con su interminable legión de disfraces de brujas, demonios y monstruos, siempre estuvo rodeado en Marineda de ciertas peculiaridades que lo convierten en diferente al celebrado en otras ciudades similares. Fue siempre un Carnaval entrañable, incluso divertido, aunque, al igual que otras muchas cosas, un poco de andar por casa.

Por supuesto en los años 60 no era como ahora y por tiempo de Carnaval todo el mundo concurría a clase, máxime los que estudiábamos en Colegios religiosos cuyos sacerdotes o monjas no veían con buenos ojos que acudiésemos a bailes o concursos carnavalescos por lo que aprovechaban esas fechas para organizar interminables ejercicios espirituales o meditaciones que nos retuviesen en el colegio hasta últimas horas de la tarde.
Papelería "La Poesía". Todo un hito donde comprar todo tipo de artículos de Carnaval

De todas formas, cada atardecer de los días centrales del Carnaval, aprovechábamos para, vestidos con disfraces de fortuna, salir a la calle a pregonar a los cuatro vientos que encarnábamos la figura de un héroe legendario vencedor de mil batallas o simplemente, ocultos tras nuestra careta de policromado cartón, asustar a la pobre anciana que regresaba a casa, al anochecer, tras efectuar la compra en la tienda de la esquina de la calle.

Por descontado que aprovechando la impunidad y el anonimato que nos brindaba el antifaz o careta, organizábamos toda clase de bromas de las que eran objeto algunos incautos vecinos que aparentaban molestarse cuando en realidad disfrutaban también de semejantes chanzas.

Por aquellos años - creo recordar que era el Jueves de Comadres -, se celebraba en la Parrilla del Hotel Finisterre o en la del Embajador el tradicional baile de mocitos, organizado por la Asociación de la Prensa. Era frecuente ver pasar por las calles a multitud de niños disfrazados, acompañados de sus madres, camino de su cita carnavalesca a lo que yo jamás acudí por el simple hecho de que no era del agrado de mi progenitora.

Otra tradición ligada desde siempre a Marineda consistía en acercarse a la Plaza de España y calle de la Torre para ver a “los choqueiros”. Con tal motivo y en evitación de que estos personajes del Carnaval coruñés se desparramasen por las calles de Marineda, más allá de la Plaza de España, se disponía un refuerzo de efectivos de la Policía Armada que impedían, como una parte más del espectáculo, que “los choqueiros” saliesen de sus límites tradicionales en la zona de las Atochas, calle de la Torre, Avda. de Hércules, etc., protagonizando, en alguna ocasión, más de una carrera que contribuía a dar más realismo a toda aquella puesta en escena carnavalera. Fueron muchas las veces que, de la mano de mis padres, acudí a la zona de la Torre para ver tan simpático y grotesco espectáculo.

Las viejas casas del Casino, asomadas a la Avda. de la Marina

Por supuesto por aquellas calendas se representaba el “apropósito”, una tradición eminentemente coruñesa y que hacía, en los años en que se representó, que nuestro Carnaval fuese diferente. En mi caso siempre tuve noticia de esta representación cómica pese a que tan solo en una ocasión asistí a presenciarla en directo; las noticias del mayor o menor éxito y acierto de la puesta en escena me venían de boca de Manolo, el peluquero que atendía a mi padre y que cada domingo venía a casa con el fin de afeitar y arreglar el pelo a mi progenitor. Mi padre solía preguntarle por el “apropósito” al que el bueno de Manolo era asiduo asistente; por su parte aquel peluquero ferrolano, que había servido en la Armada, le daba rendida cuenta de los pormenores de la representación, enjuiciando el éxito o no de la misma.

Otras tradiciones propias de Marineda, con relación al Carnaval, bien por mi edad, bien por mi ausencia durante años de la ciudad, no tuve la oportunidad de vivirlas de cerca. Me refiero, por ejemplo, a escuchar en directo las coplas de Pivela, Canzobre, o de cualquier otro personaje coruñés que aprovechaba el Carnaval para poner de manifiesto su ingenio y buen humor. No tuve esa suerte y las coplas que llegaron a mis oídos fueron aquellas que le escuché a mi madre, a mis tías o incluso a mi hermano Calín que, pese a ser más joven que yo, si conoció a alguno de estos personajes y que, desde luego, traían a escena, con mucha gracia y simpatía, cualquier sucedido de los que Marineda fuera protagonista.

Pero volviendo a lo que yo sí viví en primera persona, fue precisamente uno de aquellos Carnavales cuando hice mi particular debut en cuanto a las salidas nocturnas se refiere. Debió ser la noche de un Martes de Antroido en que, acompañando a mi primo Carlos Torres, acudí al Whisky Club, sin duda el local más glamuroso de toda la ciudad. Allí, acompañando a lo más granado de la sociedad coruñesa, rodeado de hermosas mujeres muchas de ellas graciosamente disfrazadas, degusté unas filloas rellenas de crema de las que todavía no he podido olvidarme. Años después, cuando ya tuve edad para ello, yo mismo me hice cliente habitual del Whisky, pese a lo cual el bueno de Kike, su dueño, jamás volvió a ofrecerme filloas como aquellas.

Andando un poco los años, comenzamos a asistir a los bailes del Sporting Club que por aquellos años celebraba dos cada vez que llegaba el Carnaval. El primero tenía lugar el Sábado y se celebraba en las viejas casas de la calle Real; un baile de etiqueta rigurosa al que todo el mundo asistía de “tiros largos” y para el que Manolo, el portero del Casino, se vestía de levita, calzón, camisa con chorreras y cordones dorados. Posteriormente, la parrilla del hotel Finisterre, era testigo el lunes del segundo baile de Carnaval con su concurso de máscaras y disfraces.  
El desaparecido Hotel Embajador, en su parrilla se celebraban muchos de los bailes de Carnaval

Poco más daba de sí el Carnaval coruñés. Bailes de mocitos; bailes en Sociedades, la Hípica, el Aero Club, el Liceo de Monelos y especialmente en el Circo de Artesanos que celebraba por todo lo alto la Piñata; representación de los “apropósitos”; la obligada cita con “los choqueiros” en la calle de la Torre y niños correteando por las calles con disfraces de fortuna. No era mucho más, sin embargo era entrañable y para todos nosotros poseía un encanto especial, tal vez el encanto que posee por lo que tiene de extraño y misterioso; tal vez por ser el tiempo en el que el subconsciente cobra protagonismo tras un disfraz apolillado; no lo sé, pero lo cierto es que siempre sentí algo especial cada vez que el Carnaval acude puntual a su cita con Marineda.

Y así fueron discurriendo nuestros Carnavales en aquella Marineda entrañable y provinciana; primero emulando las hazañas del viejo “napias” y, más tarde, jugando a ser mayor, vestido con mi flamante esmoquin heredado, en aquellos bailes del Casino en los que traté de descubrir, sin éxito, quien era aquella hermosa dama oculta tras su disfraz de odalisca a quien quise declarar mi amor eterno una noche de Martes en que el Carnaval se moría sin indulgencia.

José Eugenio Fernández Barallobre.