martes, 23 de febrero de 2016

¿Valió la pena?

Llevo tiempo dándole vueltas a esta sencilla cuestión, una pregunta que gira una y otra vez en mi cabeza tratando de encontrar una respuesta capaz, al menos, de darme o negarme una autosatisfacción. 

Desde muy joven, debido a mi formación, me inculcaron una máxima que me ha acompañado, a lo largo de los años, hasta nuestros días. Una norma de conducta, de vida diría yo, que se resume en esta frase: No se trata de lo que pueda hacer España por mí, sino lo que puedo hacer yo por España; algo extrapolable, bajando un par de escalones, es de aplicación a mi ciudad y en consecuencia no es relevante lo que pueda darme La Coruña sino lo que yo le pueda dar a ella.
La Cabalgata de 1972


Guiado por este principio, al igual que otros que pensaban lo mismo que yo, comencé a trabajar por La Coruña sin importarme obtener nada a cambio. El mensaje era claro, muy claro, como coruñés me debía a mi ciudad y eso tenía que traducirse en trabajar por ella, teniendo como único objetivo su mayor gloria.

Evidentemente sabía que tal decisión no constituía, por si misma, ningún mérito añadido ni tampoco una medalla que podría colgarme en mi pecho toda vez que muchos, antes que yo y de forma anónima, habían hecho lo mismo, incluso dejando en el camino muchas cosas, sin que nadie se lo reconociese.

La primera oportunidad que se me brindó fue asumir, junto a otros, la complicada tarea de tratar de rescatar para La Coruña la hermosa tradición de la noche de San Juan que por aquellos años languidecía, entre la apatía de unos y la facilona encogida de hombros de los más.

Así, sin que nadie nos lo pidiese y sin que nadie nos ofreciese nada a cambio nos pusimos a trabajar, dejando de lado otras cosas de relevante importancia, entre ellas nuestras horas de diversión e incluso, para que negarlo, algunas que tendríamos que haberle dedicado al estudio.

Fueron años complicados en los que un grupo de jóvenes nos abrimos paso en un universo gestionado exclusivamente por los mayores. Sin embargo, con audacia, con tesón, con imaginación y sobre todo con mucha constancia nos pusimos manos a la obra para lograr nuestro objetivo, derribando muros y granjeándonos la admiración y el cariño de muchos.

En nuestro proyecto no cabían gratificaciones, ni viajes, ni dietas, ni siquiera comidas o cenas; tampoco servía para pagarnos la gomina o la pasta de dientes; cosas, todas ellas, que en muchos casos sirvieron, de hecho aun sirven en la actualidad, como pobre aliciente para otros a la hora de embarcarse en alguna aventura organizativa; tampoco buscábamos el aplauso fácil al entender que el halago es la medicina de los tontos. Simplemente, de forma callada, con ímpetu y paciencia, gallardía y silencio, comenzamos a trabajar sin descanso para conseguir nuestro objetivo final.

Pronto comenzamos a cosechar los primeros frutos y también pronto empezamos a sentirnos respaldados por muchos que veían en nuestro trabajo una forma más de servir. Aquella plaza de Portugal de los 70 y 80, llena a rebosar, con miles de coruñeses que se daban cita allí cada noche de San Juan para vivir con nosotros la magia del fuego fue, sin duda, el mejor premio al que podíamos aspirar y el único que recibimos afortunadamente.

"España así es su danza" HOGUERAS-84

Es verdad que algunos se fueron quedando en el camino. Unos por haber abandonado La Coruña tras finalizar sus estudios y otros, tampoco hay que negarlo, simplemente porque la contraprestación obtenida no compensaba para ellos el desgaste ocasionado. De todo hay en la viña del Señor.

 
Sin embargo, otros seguimos la senda emprendida, seguros de que nuestro sacrificio no sería vano y que nuestra dedicación, tarde o temprano, se vería coronada con el éxito como así fue sucediendo con el devenir de los años.

Durante estos años, muchos ya a tenor del tiempo transcurrido, sacrificamos nuestras vacaciones y permisos anuales y en lugar de disfrutar de un merecido descanso, como todo bicho viviente, empleamos ese tiempo en trabajar por nuestra querida Coruña, haciendo, cada año, que su noche de San Juan resplandeciese. De igual forma metimos la mano en nuestros bolsillos para hacer frente a algún pago ineludible a sabiendas que jamás podríamos recuperarlo. Todo eso fue siempre lo de menos.

Para nosotros, yo soy uno de ellos, la noche de los grandes aconteceres no concluía tras asistir a ver quemar una hoguera o participar en un botellón más o menos multitudinario; tampoco constituía el paradigma de la diversión, de pasarlo bien bailando alrededor del fuego amigo o participando en una suculenta sardiñada. Era, sin duda, la jornada más agotadora y laboriosa de todo el año, desde las primeras horas del día 23 hasta muy avanzada la madrugada del día 24 de junio poníamos al servicio de la ciudad lo mejor de nosotros mismos, de nuestro ingenio, de nuestro trabajo sin que al caer el telón recibiésemos el aplauso ni el agradecimiento de nadie, maldita la falta que hacía semejante reconocimiento. Lo único importante, aunque suene a patrón romántico trasnochado, era el saber del deber cumplido y con ese sentimiento nos íbamos felices para casa tras darnos un abrazo de buena camaradería.

Con el paso de los años fuimos logrando reconocimientos, nunca personales pero si para la nuestra Noite da Queima. Fue primero en el año 2000 cuando el Consello de la Xunta de Galicia, tras solicitarlo y pelear por ello, nos otorgó el título de Fiesta de Galicia de Interés Turístico. Tan solo tres años después, en 2003, el Gobierno de España nos distinguió como Fiesta de Interés Turístico Nacional, un logro que ninguna cita festiva de nuestra ciudad había conseguido hasta entonces. Incluso, con el paso de los años, iniciamos los trámites para la ansiada declaración de Fiesta de Interés Turístico Internacional que, en 2015, consiguió la Asociación de Meigas, esa Entidad que recogió el testigo dejado por nosotros por un incomprensible imperativo legal.

Fuimos también nosotros los que propusimos, desde el primer momento, que San Juan fuese festivo local y para ello nos pusimos a trabajar recabando firmas y apoyos que al final lograron su objetivo, aunque tal medida nos granjeó la enemistad y antipatía de muchos. Hay otros que se arrogan los méritos, sin embargo recuerdo que la primera vez que se habló de este asunto fue en el año 2000 con ocasión de ofrecer a la ciudad el título de Fiesta de Galicia de Interés Turístico; fue ahí cuando por vez primera se planteó al entonces Alcalde, Francisco Vázquez, la necesidad de que el día de San Juan no fuese laborable en nuestra ciudad. A partir de ahí surgió el clamor popular refrendado, cada año, por la prensa local.

En mi caso concreto jamás me divertí la noche de San Juan, de hecho nunca pude vivirla con la intensidad que desearía; la preocupación por tener todo a punto, porque cada uno estuviese en su sitio, porque las cosas saliesen perfectas primaba sobre cualquier otra consideración. Los demás se divertían ajenos a los problemas que acarreaba sacar adelante los actos de aquella noche, era algo que a nadie importaba y preocupaba; incluso alguno habrá criticado, como siempre, viendo los toros desde la barrera.
"Las Cortes de 1520" HOGUERAS-75

Durante años, aparcando otras obligaciones, sustrayéndole tiempo al ocio, al descanso e incluso a la familia, nos embarcamos en la complicada tarea de que la noche de San Juan en nuestra ciudad brillase con luz propia. No nos importó perder dinero, alguna novia e incluso algún amigo, la causa valía la pena y era lo que importaba. Sabíamos que íbamos a estar en boca de muchos, unos para bien y otros para peor, pero daba igual, nunca mejor dicho aquello de "dejar que hablen de mi aunque sea bien".

 
Nadie nos reconoció nada nunca, incluso a veces faltó la palmadita en la espalda tan necesaria, pero eso era lo de menos. De hecho, para la mayoría, todo nuestro montaje, nuestro trabajo, se debía a una gestión directa del Ayuntamiento pese a que en la mayor parte de las ocasiones su aportación se limitó a una paupérrima subvención que chocaba de frente con la millonaria que concedían a otros por hacer mucho menos que nosotros. Pero tampoco jamás quisimos desmentir eso, se trataba de un logro de la ciudad y esa era recompensa bastante.

He tenido el honor de que en la mayoría de las Instituciones a las que he servido me he visto recompensado con algún honor que, cada vez que tengo ocasión, luzco con mucho orgullo. No sucedió así con relación a mi trabajo por la noche de San Juan coruñesa que tan solo obtuvo reconocimiento por parte de alguna Entidad, por cierto las más humildes, algo que me colma de satisfacción. El resto no importa pues de sobra se la verdad que encierra aquello de "vale más caer en gracia que ser gracioso", así que todo ello carece de importancia si cada uno está satisfecho con su trabajo, esa es la mejor recompensa.

Sin embargo, ahora, desde hace unos meses, la pregunta que da título a estos renglones surgió con más fuerza. ¿Valió la pena?

Vivimos momentos de incertidumbre. Los que han llegado al gobierno de la ciudad, de una forma vergonzosa y revanchista, pretenden que el trabajo de estos casi cincuenta años se sepulte bajo la losa del olvido. Pretenden hacer lo que más le gusta, reescribir la historia a su medida para que los ingenuos crean que ellos fueron los artífices de todo, los hacedores de la realidad en la que vivimos. Qué gran error ya que el tiempo pone, guste o no, a cada uno en su sitio y a estos los pondrá en el suyo.
Jornadas de Teatro, Música y Danza
A día de hoy, el Gobierno municipal, sigue dándole vueltas a si colaborarán o no en las HOGUERAS-2016; la Asociación de Meigas se encuentra en una difícil encrucijada, les han dicho que no hay dinero. Y yo me pregunto ¿para qué puñetas pago yo mi impuestos?, ¿para satisfacer los sueldos de todos ellos?, ¿para que se paguen la gomina o la pasta de dientes?, ¿para convocar reuniones políticas de no sé qué ciudades rebeldes? No, que va; los pago para tener servicios en la ciudad; para que concluyan las interminables obras que afean nuestro centro; para que las calles estén limpias; para que La Coruña sea objeto de la visita de forasteros que vengan a conocernos y a disfrutar de la final de la Copa del Rey de Baloncesto o como final de etapa de la ruta picassiana; para que haya fiestas y batallas navales aunque se estresen un poco los pájaros del parque de San Pedro; para que se consolide nuestra noche de San Juan, no sea que estos tengan la brillante idea de prohibir las hogueras en las playas aduciendo que pueden angustiarse las lapas o los peces de Riazor. Los pago para que todos seamos de primera clase y para que se nos trate a todos por un igual independientemente de cómo pensemos que ahí radica el más sagrado principio de la libertad individual, esa que, de forma falaz, tanto defienden. 

Nosotros hemos cumplido con la ciudad, trabajando por ella, toca ahora que la ciudad, representada por estos que ocupan los puestos de dirección, al menos nos reconozca los méritos contraídos.

Nosotros tenemos un tarjeta, como en el golf, que nos avala: casi cincuenta años de servicio ininterrumpido; casi 5.000 actos de carácter social, deportivo, cultural y popular realizados; miles de personas participando en nuestros programas; más de 700 jóvenes y niñas coruñesas proclamadas Meigas mayores e infantiles... Y ellos ¿qué tarjeta presentan? De verdad que da la risa pese a lo serio del asunto.

Pero bueno, volvamos al origen del tema, ¿valió la pena? Pese a todo, creo que sí. La experiencia obtenida; una animada conversación con mi mujer al caer la tarde sentados en el salón de casa; una comida con mi hijo hablando de baloncesto; los buenos amigos conocidos y con los que tantas buenas horas he disfrutado; la sonrisa emocionada de una Meiga al ser proclamada, sintiéndose la más feliz del mundo; la alegría desbordante de la ciudad en la noche de San Juan; el aplauso que cosecha cualquiera de los grupos actuantes; el que cualquier taxista u hostelero diga que no hay noche como esa; los títulos conseguidos para La Coruña; las lágrimas de las Meigas la noche de San Juan al ver como se hace realidad sus particular sueño de una noche de San Juan; el fraternal abrazo que nos damos al concluir a Noite da Queima y muchas más cosas que he logrado a la luz chisporroteante de nuestras Hogueras. Esas son las mejores medallas y por mucho que pretendan estos que ahora nos gobiernan no van a conseguir que mi respuesta cambie. Ellos son los que no valen la pena; las Hogueras de San Juan, la mágica noche de los grandes aconteceres y mi querida ciudad de La Coruña, todo eso si la vale. 

José Eugenio Fernández Barallobre.