domingo, 2 de octubre de 2016

Las fiestas de la Ciudad Vieja que yo conocí

Como siempre, a principios de octubre, se celebran, últimamente con más pena que gloria, las Fiestas de la Ciudad Vieja, las fiestas patronales de Marineda. Cuatro días que suelen pasar inadvertidos para la mayoría de los coruñeses, incluso para los residentes en la Ciudad Vieja, salvo por el hecho de la colocación de algunos arcos de luz en sus calles y la inevitable ubicación de las ruidosas y obsoletas atracciones de feria en la Plaza de la Constitución.

Sin entrar a valorar la impronta de estos festejos que no es función de quien esto escribe, sí me devuelven a la memoria, estas fechas, los recuerdos de aquellas otras fiestas del Rosario que yo conocí en los años de mi juventud.

Las fiestas del Rosario presagiaban para algunos de nosotros, al menos para los que tuvimos la suerte de estudiar en el Colegio de los Dominicos, el principio de lo inevitable: la vuelta a las clases y con ello el final de las vacaciones veraniegas. Así, el día 8 de octubre, representaba esa fecha en la que volvíamos a reencontrarnos con los compañeros de siempre.

Nombres como Pepe García Mendoza; Bernardo Vázquez Sánchez; José Luis Fafián; Javier Esteban; Luis Castro; Carlos García Raposo; Luis Mª Vázquez Arcay; Joaquín Vilas; Luis Yordi; Carlos Hernández; Tonecho López Villanueva; Kike Pellejero; Rosko Rosal, entre otros, se mezclaban, en simbiosis casi perfecta, con aquellos otros del Padre Francisco Iparraguirre; Padre Santamaría; Padre Víctor; Padre Julio Ojer; Padre Domingo Martín; Padre Dionisio Mediavilla; Padre Atienza…, la sempiterna presencia albinegra de los Padres Dominicos, convirtiéndose en protagonistas de una buena parte de las vivencias.

Atrás quedaban las Fiestas del Rosario que se antojaban como la puerta de entrada a un nuevo otoño pletórico de expectativas. Unas fiestas que una buena parte de la ciudad vivía intensamente festejando a la Patrona y dejando que las calles y plazas de la Ciudad Vieja, engalanadas con multitud de luces multicolores, los envolviesen con el sabor intimista que posee cada rincón de esa parte tan entrañable de Marineda.

Durante unos días, la tranquilidad y quietud de la parte alta coruñesa se veía alegremente truncada por aquellas celebraciones. Dianas y pasacalles con grupos de Gaitas rivalizaban, en horario matinal, con la algarabía de las atracciones de feria mientras que los nocturnos, apacibles todavía, se embriagaban con el sonido de las canciones de moda que se interpretaban en las distintas verbenas que se celebraban a lo largo de los días.

Además de la Plaza de Azcárraga, la calle del Capitán Troncoso, la de Cortaduría, la de Herrerías y la de Tinajas, eran testigos de la celebración de simultáneas verbenas que animaban el cotarro nocturno y a las que acudían numerosos coruñeses para deslizarse al ritmo de las canciones en boga en aquel momento.

Por supuesto se elegía la Reina de las Fiestas - una tradición que se ha perdido supongo que por la desidia de los más - que presidía la mayoría de los actos festivos incluida la tradicional ofrenda a Nuestra Señora del Rosario, en la mañana del día 7, a la que acudía, como todavía lo hacía hasta el pasado año, la Corporación Municipal bajo mazas con Guardia Municipal de gala, Heraldos, Maceros, Timbaleros y Clarineros, incluidos, en vistosa comitiva que recorría las principales vías de la Ciudad Vieja hasta llegar a la iglesia de Santo Domingo.

Por la tarde de ese mismo día, la imagen de la Virgen procesionaba hasta alcanzar la Pescadería. Representaciones civiles, militares y religiosas, además de un Piquete de Honores de la Guarnición con Escuadra de Gastadores, que daba escolta a la Virgen, Banda y Música, acompañaban a la imagen en su discurrir ante el numeroso público que se congregaba para ver pasar a la Patrona.

Ya por la noche, en la zona del Castillo de San Antón, tenía lugar una especie de espectáculo pirotécnico que recibía el nombre de “Toro de fuego”. Hacia las once de la noche, ante un numeroso grupo de jóvenes, se hacía correr la cabeza de un toro de cartón piedra, conducido por un hombre, que soltaba a su paso profusión de artificios pirotécnicos en su persecución a la chiquillería allí presente. Se trataba de un espectáculo infantil no exento de cierta gracia por cuanto constituía un número tradicional en las fiestas y cuyo recuerdo ha quedado ya diluido para la mayoría de los coruñeses.

Durante los días de fiesta y muy especialmente el día de la Patrona era costumbre, algo que todavía no sucumbió al paso de los años, degustar el tradicional pulpo “a feira” en los puestos y casetas que se instalaban en la Plaza de Azcárraga y que se veían notablemente concurridos por aquellas fechas.

Hoy todo eso ha quedado atrás. Las fiestas de Rosario pasan sin pena ni gloria, languideciendo en una sociedad a la que ya no le atraen las verbenas ni los toros de fuego. Tal vez, como tantas cosas, aquellas fiestas patronales fuesen el fiel reflejo de una entrañable Marineda que se ha ido perdiendo en la nebulosa de los tiempos.

Eugenio Fernández Barallobre.