jueves, 6 de octubre de 2016

Maldad perversa

Mi querida abuela materna, la única que tuve la suerte de conocer en persona, decía muchas veces aquello de “cada uno cuenta de la feria como le va en ella”; y así es, cada uno vemos la vida y los sucesos que en ella acaecen desde nuestra óptica o prisma particular, sin embargo ello nos óbice para que estas observaciones, en muchos casos, no sean tan subjetivas como se pudiese llegar a creer.

De una u otra forma y aunque nunca ha sido mi estilo, en esta ocasión, me voy a permitir hablar por mi y de mi, en primera persona, con el fin de tratar de evaluar unos acontecimientos, sucedidos a lo largo de este año, que de alguna manera han significado un antes y un después, un punto de inflexión en mi trayectoria personal.

Y digo hablar de mí y por mi ya que no pretendo que nadie secunde mis opiniones que son fruto, exclusivamente, de una reflexión personal y, por supuesto, no representan el sentir de grupo alguno, ni la opinión de otros, aunque alguno pueda compartir, letra por letra, lo que viene en los renglones siguientes.

Con tan solo diez años, aunque ya desde mucho antes, la atracción del fuego purificador de la noche de San Juan había incendiado mi alma; desde bien pequeño me sentí, ignoro el motivo, fuertemente atraído por el significado que encerraba en sí misma la noche de los grandes aconteceres, la mágica fiesta de San Juan con sus hogueras.

Desde ese instante, con tan solo diez años, encabecé una especie de cruzada para mantener viva la esencia de esta fiesta al menos en mi entorno personal. Primero fue alentando a mi pandilla de amigos, de la siempre recordada calle de Fernando Macías, a iniciar una tradición hogueril que por aquellos años ya estaba comenzando a languidecer; más tarde, con el paso inexorable de los años, cuando ya las correrías en busca de madera y otro material combustible habían quedado atrás, me afané en buscar unas pautas que sirvieran para continuar con lo que había comenzado unos años antes y de paso convertir a la noche de San Juan coruñesa en una fiesta de relieve en nuestra ciudad.

De esta suerte, surgió la creación de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan y con ella la entrañable figura de la Meiga Mayor que sirvió de revulsivo para adecuar la fiesta de las Hogueras a nuevos tiempos, a la vez que se incorporaban otros alicientes que, poco a poco, la fueron convirtiendo en la mejor fiesta de la ciudad.

Hoy podrá decir lo que le plazca a quien le plazca pues, desde despachos o incluso en letra impresa, se puede, de hecho se hace, tratar de reescribir la historia arrogándose méritos que no corresponden, sin embargo en el alma de cada uno debe palpitar la verdad, especialmente sobre la historia personal escrita, a lo largo de la vida, por la pluma de cada uno.

De lo que si no puede haber duda alguna es del hecho, de sobra contrastado, que sin aquellas noches de San Juan de la plaza de Portugal, delante del Colegio de la Compañía de María, donde se daban cita cada año miles y miles de coruñeses, venidos de todos las partes de la ciudad, la fiesta de las Hogueras en La Coruña no habría sido jamás la misma que es hoy ni hubiese llegado a las cotas alcanzadas.

Durante años, contra viento y marea, rodeado a veces de un fuerte sentimiento de incomprensión y otras del más ferviente apoyo, se trabajó para dignificar la fiesta de San Juan en la Coruña y se hizo sin regatear esfuerzos, a cambio de nada, sin llevarnos un solo duro de los pocos que éramos capaces de reunir para sacar adelante cada edición. Simplemente se trataba de trabajar por y para la ciudad.

Con los años se sacrificaron, en mi caso absolutamente todas, las vacaciones anuales solicitándolas en junio para hacer frente a las actividades del programa; se recurrió muchas veces al bolsillo personal para sacar adelante algún acto para el que no había ni un duro; hubo que concurrir a juzgados por mor de algún impago y pasar malas noches pensando en cómo hacer frente a tal o cual pago perentorio que había que afrontar al día siguiente.

Sin embargo, todos aquellos sacrificios no fueron vanos y el calor de millares de coruñeses que nos acompañaron en los miles de actos organizados fueron el mejor revulsivo para seguir en la brecha.

A lo largo de cuarenta y cinco años de mi vida me dediqué, en cuerpo y alma, a sacar adelante este ilusionante proyecto; cuarenta y cinco años que otros emplearon lícitamente, por supuesto, en su beneficio personal y que desconozco si les fue mejor o peor que a mí, yo me limité siempre a sentirme orgulloso por la satisfacción del deber cumplido, algo que me habían enseñado desde bien pequeño y ha sido una norma de conducta a lo largo y ancho de mi vida de la que me siento especialmente satisfecho.

Durante estos años vi nacer y morir muchos proyectos, algunos de muy altos vuelos, que contaron con todo el apoyo de las Administraciones y que, sin embargo, se fueron quedando en el camino; también vi como actividades de muchísima menos impronta que las nuestras gozaban de todas las bendiciones de aquellos que poseían la capacidad de alentar o rechazar un proyecto.

En mi caso, en el de las HOGUERAS, siempre anduvimos navegando en ese difícil mar de la falta de medios e incluso de decididos apoyos, algo que lejos de arredrarme me espoleó, continuando con el trabajo año tras años.

En el año 2000 se consiguió, con mucho esfuerzo, que la Xunta de Galicia nos reconociese como Fiesta de Galicia de Interés Turístico. Por supuesto que para ello contamos con el apoyo de muchas Instituciones, Entidades y particulares de nuestra ciudad, al igual que en 2003 cuando, el Gobierno de España, nos concedió el ansiado título de Fiesta de Interés Turístico Nacional como premio a una larga y dilatada labor y a un conjunto de actividades que han superado y lo siguen haciendo, con creces, el mero hecho de ir a comer unas sardinas y saltar una hoguera en cualquiera de nuestras playas, aunque algunos crean que con eso ya es más que suficiente.

En julio de 2014, por unos extraños motivos que ahora no vienen al caso y que espero algún día poder hablar de ellos, la Comisión Promotora que presidí, creo que con acierto, durante cuarenta y cinco años, siendo el único que se mantuvo en ella desde su fundación, se vio abocada a cesar en la actividad, teniendo que recoger el testigo la Asociación de Meigas de las Hogueras de San Juan.

Un fatídico día de un mayo cualquiera, allá por 2015, tras unas elecciones municipales que ni tan siquiera ganaron, se asentó en nuestro Ayuntamiento un grupo que, desde el principio, trajo como consigna hacer desaparecer, en el caso de las Hogueras, todo vestigio de tantos y tantos años de trabajo y así, con perversa maldad, pusieron proa a todo lo que hasta entonces nosotros veníamos haciendo llegado el mes de junio. Dieron la espalda a casi cincuenta años de trabajo para arrogarse un protagonismo y unos méritos que ni les correspondían ni tan siquiera se habían hecho merecedores a ello pues jamás movieron un dedo, al menos de forma desinteresada, por nuestra ciudad.

Y digo maldad perversa pues la operación estaba perfectamente planificada desde antes de su llegada al Palacio de María Pita, se trataba de uno de los objetivos a lograr, sacarnos a nosotros del medio por lo que representábamos aunque supongo que también por la malvada envidia de no poder llegar jamás a ser como nosotros.

El pasado 23 de junio fue la segunda vez que no pude presenciar cómo se quemaba nuestra querida Hoguera; la otra fue por motivos bien distintos; esta, sin embargo, fue por la maldad perversa de unos pocos que nos quitaron el protagonismo al que, gracias al trabajo bien hecho, nos habíamos hecho acreedores con todo merecimiento.

Sentí pena en el alma pero también la inmensa alegría de que algo que yo mismo inicié, hace muchos años, ni tan siquiera la maldad perversa de unos pocos lo puede hacer desparecer, aunque eso sí, organizándolo infinitamente peor de como yo lo hacía al faltar el cariño que puse en todo ello año tras año.

No quiero alargarme más pues creo que lo escrito en los reglones que preceden sirve perfectamente para describir los sucesos a los que me he referido en un principio. Dejo a un lado las falacias, los insultos, los libelos, los agravios, las descalificaciones que he sufrido por el mero hecho de no cambiar jamás mi forma de pensar, independientemente que esté o no de moda, eso carece de importancia pues se trata simplemente de burdos ladridos de mediocres.

Felicito de todo corazón a la Asociación de Meigas que ha sabido mantener el tipo y dar la cara, evitando la penosa y triste imagen que han dado otros bajando la cabeza por un puñado de monedas, pero allá cada cual con su conciencia. Ellas han sabido traer al siglo XXI aquella legendaria frase del glorioso Almirante gallego D. Casto Méndez Núñez que en 1866 dijo aquello de “vale más honra sin barcos que barcos sin honra”.

Espero y deseo que las cosas cambien más pronto que tarde, pero en el supuesto caso que esto no suceda, en el supuesto caso que los coruñeses, que no La Coruña, se nieguen a reconocer el trabajo de más de cuarenta y cinco años, pues allá ellos, por mi parte estoy plenamente satisfecho con el saber del deber cumplido. A mí, con eso, ya me llega.

José Eugenio Fernández Barallobre.