lunes, 28 de noviembre de 2016

Las Navidades de la década prodigiosa

La década de los 60, la llamada “década prodigiosa”, marcó un hito importante en la historia de España, de hecho fue entonces cuando se inició, de manera resuelta, su despegue industrial y el fenómeno del turismo comenzó a dejarse notar en nuestra economía.

Fueron años en los que una corriente de modernismo a ultranza trató de desvirtuar algunas de las tradiciones más arraigadas en la sociedad española. Sin embargo, pese a que Marineda no era del todo ajena a esta corriente, todavía se mantenían vivas muchas de las costumbres heredadas de nuestros mayores. Así, eran varias las Procesiones que desfilaban por las calles durante la Semana Santa; se quemaba la falla al inicio de las Fiestas de María Pita en las que se iluminaban los monumentos más emblemáticos con largas tiras de bombillas que silueteaban su contorno y, cómo no, ardían innumerables hogueras de San Juan en barrios y calles coruñeses.

Felicitación del Sereno

Las Navidades constituían, por sí mismas, unas de esas fechas remarcadas en nuestro particular calendario. De un lado por hallarnos inmersos en un merecido descanso escolar y de otro, el más importante, por la forma especial en la que se vivían esas entrañables fiestas en las que se conmemora el nacimiento del Niño Dios.

En aquellas fechas, las calles y plazas no presentaban el deslumbrante aspecto que presentan actualmente, adornadas con cientos de luces multicolores; tan solo comenzaban, tímidamente, a iluminarse alguna de las calles del centro a semejanza de otras ciudades españolas que vestían sus mejores galas al llegar la Navidad. Sin embargo, se palpaba un ambiente quizás más entrañable y familiar que hoy en día cuando la última decena del mes diciembre asomaba al calendario, incluso un poco antes cuando se comenzaban a recibir en las casas las felicitaciones de personajes tan entrañables como el Sereno o el Cartero que hacían llegar unas simpáticas tarjetas en espera de recibir el tradicional aguinaldo.

Eran muchos los comercios que llenaban sus escaparates de figuritas de barro para el Belén. Establecimientos como “La Poesía” y “Porto” en la calle de San Andrés; Librería Santa Margarita en la Avda. de Finisterre; la Cerería de San Nicolás; Imprenta “La Regional” en Juan Flórez, por citar sólo algunos, mostraban ufanos, tras sus cristaleras, una pléyade interminable de pastores, adoradores, soldados romanos, lavanderas, castañeras, ovejas, gallos y un largo etcétera que junto con los Reyes Magos y el Misterio, provocaban que la chiquillería quedase absorta en su contemplación y tratasen de ganar el favor de sus mayores convenciéndolos de la necesidad de tales piezas para el Belén familiar.

Tras el popular sorteo de la Lotería Nacional, la Navidad abría sus puertas de par en par. Las tiendas de ultramarinos vestían sus mejores galas agolpando en sus escaparates un enorme surtido de turrones, pasas e higos a granel; piñones; mazapanes; polvorones; tortas, etc., que se adquirían en lo que tradicionalmente se conocía como “el pedido navideño” y que constituía todo un hito en los hogares.

Por aquellas fechas era costumbre que los Guardias Municipales, encargados del control de tráfico en las principales calles de Marineda, provistos de su blanco salacot y correaje a juego, recibiesen el aguinaldo en forma de cajas de bebidas, cestas de Navidad y otros obsequios que se amontonaban en su alrededor, formando un estampa típicamente navideña. 

Felicitación del Cartero

La Nochebuena, tras la cena familiar, que reunía propios y extraños, y los consabidos Villancicos alrededor del Belén, tenía como lógica consecuencia la inapelable asistencia a la Misa del Gallo donde aprovechábamos para reunirnos, solapadamente, toda la pandilla de amigos y, cómo no, estar cerca de la chiquilla de nuestros sueños que acompañaba a sus padres en esta función religiosa.

Después, al igual que el día de Navidad, las felicitaciones de Pascua se convertían, como las postales navideñas, de los días previos, en el saludo más socorrido al cruzarnos por las calles con amigos y conocidos o al encontrarlos en la larga cola que se formaba para visitar el Belén de la Grande Obra de Atocha.

Por Inocentes todavía tenía plena vigencia la costumbre de gastar inocentadas de todo tipo, en especial la de colgar muñequitos de papel en la espalda de los incautos, una costumbre de la que siempre se hacían eco aquellos deliciosos extras navideños de los Tebeos de más difusión por aquel entonces que por estas fechas vendían todos los kioscos de la ciudad.

El fin de año y el año nuevo constituían otro momento de felicitación entre amigos y vecinos que cruzaban el tradicional “feliz salida y feliz entrada”, en alusión al año que se iba y al que comenzaba.

Luego se alcanzaban esos días de transición previos a la gran noche de Reyes. Los comercios se adornaban incitando a que en las Cartas escritas a los Magos figurasen algunos de los artículos por ellos expendidos. Todavía el Bazar Freijido en la calle Real colocaba aquella hierática figura del Cartero Real de cartón piedra que tantas y tantas ilusiones infantiles recogió en su cofre dorado y ante la Terraza, sede del Frente de Juventudes, se formaban interminables colas para visitar a SS.MM. los Reyes que allí recibían a la ilusionada grey infantil.

Al final, el día 6, tras el alborozado despertar y el consiguiente desfile de bicicletas, patinetes, muñecas, etc., por calles y plazas coruñesas, la Plaza del General Franco, como se llamaba entonces, acogía la celebración de la tradicional Pascua Militar que servía de epílogo a la Navidad en nuestra ciudad.

Hoy, pasados los años, todavía se conservan algunas de aquellas tradiciones que se vivían en una Marineda que se negaba a que un personaje gordinflón, vestido de rojo, venido de tierras extrañas, se convirtiese en el protagonista de unas fiestas que celebran exclusivamente el nacimiento de Cristo.

José Eugenio Fernández Barallobre.