Jornada de sentimientos y sensaciones que nacían del interior del alma y fluían en aquellos Jueves Santos de nuestra infancia y primera juventud que todavía recordamos y conservamos frescos en nuestra memoria.
Por aquellas fechas, inicio de la década de los 60, la mañana de este día era laborable, el comercio abría sus puertas y la vida transcurría normal como en cualquier otra fecha del calendario anual.
Paso de "El Besos de Judas" de Rivas. Misteriosamente desaparecido |
Era por la tarde cuando, tras la comida familiar, la vida rutinaria comenzaba a trastocarse. Era uno de esos días en los que arreglarse para salir de paseo era de obligado cumplimiento. Luego, con la tarde ya mediada, salíamos de la mano de nuestros padres a encontrarnos, cara a cara, con una Coruña que, como si de un ronco redoble de tambor se tratase, caminaba a paso cansino, sin prisas, deleitándose en ella misma, en su esencia de ciudad.
El Cantón Grande y la avenida de la Marina permanecían cortados al tráfico lo que nos permitía visionar una estampa infrecuente en nuestra ciudad, acostumbrados ya al constante paso de vehículos, desde luego ni mucho menos tan agobiante como hoy, por esa principal arteria ciudadana.
La imagen estereotipada de los trolebuses cruzando las dos amplias avenidas y los coches de punto alineados junto al Obelisco, se sustituía por otra en la que el paseo era el principal y único protagonista.
La gente salía a las calles y al igual que el Domingo de Ramos, que ya había quedado atrás, se vestía con ropa de estreno para pasear por Cantones y calle Real en busca de la Ciudad Vieja para dar fiel cumplimiento a la vieja tradición de visitar las iglesias que, a la conclusión de los Oficios, colocaban, con gran exornación, los tradicionales Monumentos.
Paso de "La Oración en el Huerto" de Rivas. Misteriosamente desaparecido |
Las Banderas de todos los Centros Oficiales permanecían, desde las tres de la tarde, a media asta en señal de duelo. Esta costumbre que aun mantiene el estamento Militar, conservando así una vieja tradición, la mantuvo nuestro Ayuntamiento hasta la llegada de estos que ahora mal gobiernan La Coruña que, en un nuevo desprecio a las inveteradas costumbres de la ciudad, la ha eliminado.
Los artísticos faroles que cuelgan de la fachada del Banco Pastor se cubrían con telas negras rematadas con borlones de igual color y de sus balcones colgaban reposteros con las siglas de la Entidad bancaria sobre los que se colocaban crespones negros en señal de luto.
Las iglesias de San Nicolás y San Jorge, las dos parroquias de la Pescadería, eran las primeras estaciones en nuestro recorrido eclesial. En la de San Nicolás, en el camarín de la Virgen de los Dolores, descansaban como inertes, las imágenes de la Virgen totalmente enlutada y de San Juan, la Verónica y el paso del Tránsito, aguardando su salida procesional a la mañana siguiente en la popular procesión del Santo Encuentro.
Por su parte, San Jorge, mostraba las imágenes del Calvario, Cristo atado a la Columna y el Ecce Homo que, junto a Nuestra Señora del Mayor Dolor, habían salido en procesión en alguna ocasión en la noche de Miércoles Santo por aquellas fechas.
Internándonos ya en la Ciudad Vieja, las colas para visitar los templos de la zona eran interminables, siendo ordenadas por efectivos de la Policía Armada que vestían con impolutos guantes blancos al igual que el resto de la Guarnición militar de la plaza que, en aquellas horas vespertinas, se encontraba ya en su tiempo de paseo.
Uno de los más visitados era, como no, la Real e Insigne Colegiata de Santa María del Campo, donde su Cristo crucificado aguardaba el instante de salir en procesión aquella misma noche junto a los pasos de “El Beso de Judas” y “La Oración en el Huerto”, tristemente desaparecidos, que participaban en la procesión del Silencio a cuyo paso se apagaban las luces, tanto del alumbrado público como de los comercios de las calles por las que transitaba.
Luego, las recoletas Bárbaras en la plaza de su nombre y el templo barroco de Santo Domingo, con la imagen de nuestra Patrona, la Virgen del Rosario, cubierta con tela de color morado, al igual que el resto de las imágenes que se veneraban en todas las iglesias, eran parada obligada en nuestro recorrido.
La Orden Tercera, la del retablo de oro, aguardaba con las imágenes participantes en la procesión del Santo Entierro preparadas. La Urna, San Juan, María Magdalena, María Salomé y Nuestra Señora de la Soledad, colocadas sobre sus respectivas andas procesionales en tensa espera a la jornada del día siguiente.
Una postal muy característica de este hermoso templo la formaban los tres soldados romanos que, colocados bajo el paso de La Urna, se jugaban a los dados la capa que Nuestro Señor llevó sobre sus hombros en aquella desgarradora jornada de su muerte en la Cruz.
De vuelta hacia las calles del Centro, antes de visitar la iglesia de Santiago, última etapa de nuestro pequeño Viacrucis por la parte Alta, al pasar por Capitanía General, observábamos la guardia militar cubriendo los puestos con sus armas a la funerala indicadoras igualmente de que nos hallábamos en tiempo de luto.
Tras recorrer de nuevo la avenida de la Marina, calle Real y Cantones, atestados de gente, haciendo una parada en algún café de los que frecuentaban nuestros padres para degustar un “orange” o un “sinalko”, las bebidas refrescantes de moda en aquellas calendas, regresábamos a casa con paso rápido ya que sabíamos que tras la cena habría nuevamente que salir para contemplar el silente paso de la procesión de la noche.
Así, sin prisa, paseando y saboreando las calles de nuestra querida Marineda, transcurrían aquellas jornadas de Jueves Santo de nuestra infancia y pubertad, en las que la mayoría de los lugares de ocio permanecían cerrados y en los cines de proyectaban películas de cariz religioso o de romanos, pues de todo había.
Eugenio Fernández Barallobre.