Fue a finales de los 60, tal vez el 68 ó 69, cuando por iniciativa de Segundo, un compañero de Centuria del Círculo de Arqueros "Emperador Carlos" de la Organización Juvenil Española, visitamos por vez primera las viejas instalaciones militares de la espectacular Batería de Costa de San Pedro.
Hijo de Artillero - años más tarde el propio Segundo ingresaría en la Academia General Militar y posteriormente en la segoviana del Arma -, su padre, tenía un camarada de promoción destinado en la referida Batería, así que a través de su hijo nos formuló la invitación para visitar aquellas instalaciones rodeadas, para todos, de una aureola de misterio y secretismo, ajena de todo a la realidad, que la convertían en una de las visitas más deseadas de cuantas nos podrían invitar a realizar.
Cañón Vickers 381/45 del Monte de San Pedro (internet) |
Como coruñeses, nacidos y criados en Marineda, todos sabíamos de la existencia de dos colosos de acero que, desde el monte de San Pedro, velaban vigilantes la entrada a la bahía; formando parte, junto con otras Baterías, de defensa inmediata y lejana, del dispositivo defensivo del Golfo Ártabro donde se asienta la Base Naval de Ferrol y el puerto de La Coruña.
Ya por mi madre, nacida en la Avd. de Rubine, había tenido noticias de los trabajos realizados, a final de los años 20 y principio de los 30, para el traslado y asentamiento de las piezas de artillería y sus equipos desde los muelles de Linares Rivas hasta su emplazamiento definitivo en la zona de Visma, trabajos de traslado que habían obligado al tendido de una vía férrea que atravesaba, entre otras, la citada calle de Rubine para regocijo de los más pequeños como era el caso de mi progenitora. Incluso, en más de una ocasión, le había escuchado cantar aquella vieja copla de "Pivela" que comenzaba diciendo: "Marcharon para la Torre todo en procesión, millares de papanatas para ver el cañón...", refiriéndose con casi total probabilidad al 26 de noviembre de 1933, fecha en la que comenzaron las pruebas de fuego de las dos piezas ubicadas en San Pedro y que, a tenor de la coplilla, debieron despertar mucha expectación en Marineda.
Pero volvamos atrás para reseñar, aunque sea manera somera, en qué consistían las instalaciones militares del monte de San Pedro, conocidas por los coruñeses como "los Fuertes" - de hecho hoy aun existe una carretera con esa denominación -. En "los Fuertes" se ubicaba una Batería del Regimiento de Artillería Mixto nº 2 - antes de Costa nº 2 -, con su Plana Mayor de Mando en Ferrol; esta Batería formaba Grupo con otra instalada en el vecino Monticaño, en los altos de Pastoriza, y sobre el papel con una que iba a ser ubicada en Punta Herminia que no llegó a ser artillada, aunque sí se construyeron los pozos para anclaje de las piezas y otras instalaciones bajo tierra que posteriormente fueron utilizadas como polvorín.
Ambas Baterías, junto con otras instaladas en distintos puntos del litoral coruñés (Campelo, Prior, Prioriño, etc.), integraban el magnífico dispositivo defensivo dimanante del Plan de Artillado de 1926, nacido durante el gobierno del General Primo de Rivera y que se hizo posible merced a un Real Decreto fechado el 13 de julio de año citado; una formidable combinación de material artillero de 15,24 cm. para la defensa próxima; 38,1 cm. - los instalados en San Pedro - para la defensa lejana; piezas antiaéreas de 10,5 cm. y puestos de iluminación con reflectores de 150, 110 y 90 cm. que convertían a este segmento de la costa en auténticamente inexpugnable.
En el caso de "los Fuertes", se instalaron dos enormes piezas Vickers de 381 mm. y 45 calibres, modelo 1926, el más grueso de todos los utilizados por la Artillería española, así como una Batería antiaérea monolítica con piezas también Vickers de 105 mm.
Los grandes cañones, dos colosos vigilando día y noche la entrada a la bahía coruñesa, constituían, por sí mismos, una fuente de atracción para los que siendo chavales sentíamos una clara inclinación a dedicar nuestras vidas a la milicia; por ello, el ofrecimiento de Segundo, lo recibimos con notable alborozo, no exento de cierto nerviosismo de aquel que presiente que va a visitar un espacio vedado para la mayoría y que encima está rodeado de un halo de misterio o al menos de secretismo.
En nuestro recuerdo estaba aquella película, "los cañones de Navarone", estrenada a principios de la década, en la cual, un grupo de arriesgados comandos, cada cual más pintoresco, hacían quedar de tonto a medio Ejército alemán haciendo volar por los aires dos magníficas piezas que velaban una parte de la costa del mar Egeo. Por cierto, que desde el punto de vista histórico, esta narración no deja de ser ficticia pues en realidad lo que aquí se troca en victoria para las armas británicas fue una clamorosa derrota donde perdieron gran cantidad de hombres y material militar.
Sea como fuere, la posibilidad de visitar "los Fuertes", devolvió a nuestros recuerdos aquella vieja película en la que la cámara recorre unas instalaciones fuertemente vigiladas y con acceso muy restringido.
Pero volvamos a la visita. Imagino que debimos realizarla un sábado o un domingo en horario de mañana. Allá nos fuimos un grupo de jóvenes de la O.J.E. capitaneados por Segundo. Una vez en las instalaciones militares fuimos recibidos por un Teniente, amigo y compañero de su padre, quien nos recibió en una sala de Oficiales acogedora, con viejos sillones de cuero y una cálida chimenea consumiendo unos chisporroteantes maderos, todo ello con claras muestras del inexorable paso del tiempo. Realmente, pese a estar a un paso de La Coruña, nos pareció hallarnos - esa sensación la tuvimos todos - a cientos de kilómetros de distancia, en otro mundo; uno de esos universos que se nos antojan llenos de posibilidades, donde la aventura está presta a surgir de cualquier esquina o rincón.
Realizamos una detallada visita a las instalaciones; los túneles subterráneos con sus cámaras para alojar los enormes proyectiles y las correspondientes cargas de proyección; los ascensores y sistemas de izado de la munición; los grandes telémetros; la sala de cálculo con sus mesas para gestionar los datos del disparo; la casamata donde se aloja el cierre del cañón; las instalaciones del acuartelamiento y todo lo que podía resultar de interés para cualquier visita; nada estuvo vedado para nosotros durante el largo espacio de tiempo que permanecimos en la Batería. Al final, satisfechos y orgullosos por ser unos de los pocos que pudimos conocer de primera mano aquella magnífica muestra de la ingeniería y la técnica de los años 20, volvimos a nuestras casas dispuestos a narrar las peripecias vividas en la visita, algunas engordadas por nuestra imaginación, sobre todo las que quisimos narrar a la chiquilla de nuestros sueños que acompañábamos en aquellos días.
Años después, al punto de abandonar el Ejército aquella instalación, tuve la suerte de volver a visitarla, esta vez de la mano de mi amigo Agustín, Capitán de Artillería que tenía a su cargo las piezas.
Fue una mañana fría de finales de invierno o principios de primavera. La sensación no fue la misma. La Batería había sido ya cerrada y perdido su uso militar. Quedaban, eso sí, en pleno funcionamiento los dos robustos cañones, perfectamente cuidados, que fueron puestos en funcionamiento para los que realizamos la visita. Fue todo un espectáculo. Días después, el recinto, era entregado al Ayuntamiento coruñés para su conservación.
Hoy la vieja Batería de "los Fuertes", testigo mudo de épocas en las que primaban otros conceptos tanto estratégicos como tácticos, forma parte, afortunadamente, del magnífico parque de San Pedro, constituyendo uno de los atractivos turísticos de la ciudad.
Salvados de perecer, víctimas del soplete asesino, gracias a las sinergias habidas entre el Ejército y el Alcalde Francisco Vázquez se han conservado hasta nuestros días en muy buen estado; bien es verdad que en los últimos años, con ocasión de asumir la responsabilidad de los museos coruñeses y de la cultura en general, una individua revanchista de esas que quieren reescribir la historia y hacerla a su medida, obviando el tradicional entronque de Marineda con el estamento militar, los cañones sufrieron un importante deterioro por abandono, al ser algo que a aquella mujer no le importaba, olvidando que los cañones no eran de su propiedad si no de toda La Coruña y de todos los coruñeses.
Hoy, afortunadamente, esa individua ya no tiene responsabilidad en la ciudad y por tanto espero y deseo que se vuelva a cuidar con mimo a esos dos amigos de acero, testigos mudos del devenir de la ciudad, y se les dé el tratamiento que merecen de viejos colosos y de testimonios vivos, casi únicos en España, de los avances de la técnica en el periodo en el que fueron construidos.
Sería una medida inteligente - por ese camino marchan las gestiones de nuestro Alcalde (en referencia a Carlos Negreira no al actual) y de su equipo de gobierno - musealizar el recinto, convirtiéndolo en un espacio donde poder contemplar estos ingenios en todo su esplendor, funcionando y con todos y cada uno de los dispositivos utilizados en su día plenamente operativos.
Quien mejor que un Oficial de Artillería o Ingenieros para dirigir ese Museo.
Nota del autor: Este artículo fue escrito entre 2011 y 2014 fecha en la que los que hoy mal gobiernan la ciudad ni estaban en el Ayuntamiento ni se les esperaba ni falta que hacía).
José Eugenio Fernández Barallobre.