viernes, 31 de marzo de 2017

La última romería de la ciudad

Las ciudades no son sólo lo que sus ciudadanos quieren que sean en un tiempo presente, son también las tradiciones heredadas de otras épocas lejanas que fueron marcando una impronta especial y ese sello, a modo de pátina, que distingue a unos lugares de otros, confiriéndoles sus propias señas de identidad.

Cada ciudad, cada pueblo, tiene en su calendario particular de vivencias unas fechas que se remarcan con un color especial que las diferencia del resto de los días del año. Fiestas mayores, patronales, ferias, actos de marcado sabor ancestral y un largo etcétera que constituyen, por sí solos, ese bagaje surgido de un tiempo pasado imposible de recuperar con el recuerdo.

Imagen de San Pedriño Martir que se conserva en el convento de Santo Domingo

La Coruña tiene esos días. Días en los que todavía se vive con cierta intensidad la herencia dejada con el paso de los siglos. Viejas costumbres y románticas tradiciones que se hacen presentes en un tiempo distinto, marcado por un abrumador mercantilismo y por un notable alejamiento de lo que antaño constituyó el paradigma de los valores.

Una de esas tradiciones se recupera, en La Coruña, cada vez que llega el 29 de abril. En esa fecha, desde siglos atrás, se conmemora la muerte, asesinado por un sicario, del dominico Pedro de Verona, convertido en San Pedro Mártir, un italiano que vivió en el siglo XIII y cuya devoción fue traída a Galicia, y por supuesto a La Coruña, por la propia Orden de Predicadores.

Desde ese siempre tan lejano en el tiempo, la llegada de la fecha de finales de abril traía como consecuencia que cientos de coruñeses y gentes venidas de la comarca peregrinasen al templo dominicano para rogar a San Pedriño Mártir intercediese por sus rogativas, amén de traer alimentos u otros objetos para ser bendecidos ese día. 

Alrededor de esta celebración, toda una pléyade pintoresca de puestos expendedores de rosquillas, de velas y de ramos de hierbas, se disponían en los accesos a la iglesia, convirtiendo la fecha en una cita festiva de honda tradición en la ciudad que, poco a poco, ha ido languideciendo hasta tornarse en una jornada similar a otra cualquiera si no fuera por el hecho de que muchos coruñeses, vecinos de la Ciudad Vieja, merendamos ese día con las deliciosas rosquillas blancas y morenas adquiridas en alguno de los dos o tres puestos que todavía se colocan en la calle Santo Domingo llegada esa fecha.

Esta romería, quizás la última que se celebra en La Coruña, excepción hecha de la del monte de Santa Margarita, de matices más lúdicos, que pone cada año punto y final a las Fiestas de María Pita, me trae a la memoria aquella otra que cada 13 de diciembre se celebraba en las proximidades de la iglesia de Santa Lucía y en la que un rosario de pequeños puestos rivalizaban en la venta de dulces y rosquillas o de unos pequeños patitos, posiblemente de miga de pan endurecido, que me compraba mi madre y que al final servían para adornar el río en el tradicional Nacimiento que montábamos cada año en mi casa paterna unos días después.

Tal vez sea sana nostalgia del pasado o simplemente el amor a la conservación de las tradiciones, lo cierto es que citas como esta de San Pedriño Mártir sirven, todavía hoy, para recuperar ese sabor amable y provinciano que aún se respira, afortunadamente, paseando por alguna de las calles y plazas de nuestra querida Marineda.

Eugenio Fernández Barallobre.