jueves, 4 de junio de 2015

Hemeroteca. 2002.

2002. Eva Vilariño Ramos. XXXIII Meiga Mayor.

Viernes, 24 de junio de 1904.

1904.  Una Noche de San Juan sin pena ni gloria.

Un magnifico sol acompañó la agradable tarde de la víspera de San Juan en nuestra ciudad de aquel año de 1903. Mucha gente deseosa de fiesta se lanzó desde primeras horas de la tarde a la calle. Sin embargo aquel año la noche de San Juan perdió pujanza  en los diversos barrios coruñeses. Por ejemplo en el campo de la Leña, antaño cita obligada en noche tan señalada, dejó de celebrarse. No hubo fuegos ni globos, ni los cohetes de cuerda que cruzaban el campo de la leña desde la vieja capilla de San Juan hasta el puesto del señor Juan del Barro, respetable cacharrero. Dejó de realizarse la visita  a la cabeza de San Juan degollado, colocada encima de un plato de plata, sobre el altar lateral de la capilla. No hubo tampoco el característico olor  a churros que años atrás impregnaba todo el campo y las calles adyacentes.

La verbena se trasladó aquel año a la calle de Panaderas, siendo considerada por los vecinos como una mala romería de pueblo remoto. Fue una jornada anodina pues no hubo ningún aditamento que impulsase  a los ciudadanos a  vivir la fiesta. Faltaron murgas y rondas. Solo destacaba algo en el gélido ambiente,  un túnel de farolillos de colores y unos pocos cohetes que subían hasta  la altura de un segundo piso, llevando el consabido susto a los que se creían a salvo, instalados de mirones en sus galerías. Eso si hubo mucho vino, muchas sardinas asadas y muchos achuchones entre  jóvenes de ambos  sexos. Era noche de verbena,  aunque venida a menos. Ya vendrían tiempos mejores. 

Calín Fernández Barallobre

El último tranvía

Si en una ocasión dijimos que nuestro bautismo en el rito iniciático del purificador fuego de San Juan tuvo lugar en aquella íntima y evocadora hoguera que, cada noche de 23 de junio, ardía en la explanada anterior a la vieja Casa de Baños de Riazor; nuestra iniciación en el arte de la piromanía hogueril, se realizó al contemplar aquellas extraordinarias hogueras, pioneras de otras muchas, que se quemaban, al estallar el día de San Juan, delante del Colegio de la Compañía de María, en la coruñesa avenida de Calvo Sotelo. 

Una y otra, la de Riazor, por su evocadora nostalgia, y la de Calvo Sotelo, por su creatividad imaginativa, contribuyeron, de forma decidida, a forjar este talante sanjuanero que se pone de manifiesto cada vez que llega junio y celebramos la sin par Noite da Queima en la ensenada del Orzán, ante la mirada atenta del viejo Faro de Hércules. 

Niños de la plaza de Portugal con el tranvía que quemarían en su Hoguera de 1962